Charles Frederick Worth no fue un general famoso, un político o un pintor célebre y, sin embargo, es una figura clave del siglo XIX. Mucho antes que las grandes casas de moda francesa que todos conocemos, Worth gobernó en los armarios de las mujeres más poderosas a ambos lados del Atlántico. Suyo fue el primer imperio de la moda, que, en sus años de apogeo, llegó a emplear a más de 1200 personas. No menos importante que su faceta creativa fue su perfil como empresario; sus estrategias forjaron el modelo de negocio que hoy se utiliza en la alta costura y su nombre fue conocido por el público general como sinónimo del mayor lujo y distinción en el vestir.
Poco se recuerda ya de su personalidad, aparte de que estableció la diferencia entre el costurero y el diseñador. Como señaló Mark Tungate en Fashion Brands (Kogan Page, 2012) “Worth fue el primer modisto que impuso su propio gusto a las mujeres, es el prototipo del creador de moda”.
Nacido en 1825 en la pequeña ciudad inglesa de Bourne, Worth fue lo que se ha dado en llamar un hombre hecho a sí mismo. Con un padre que abandonó a su familia en la pobreza, el pequeño Charles comenzó su andadura en la moda a los doce años como aprendiz en unos almacenes londinenses. Con 21 años probó suerte en París, a donde parece ser que llegó con 5 libras en el bolsillo. En 1858 obtuvo financiación bastante para establecerse por cuenta propia en el 7 de la Rue de la Paix, en donde su maestría con la aguja y sus diseños, inspirados en los retratos de los grandes museos, no tardarían en hacerle famoso.
Según nos acercamos al siglo XX, una tras otra, todas las cabezas coronadas de Europa requirieron sus diseños, desde la Emperatriz Isabel de Austria-Hungría (Sissi), la española Eugenia de Montijo y la Reina Victoria, pero también actrices y aristócratas por igual. Su marca se expandió como no lo había hecho antes ninguna otra; abrió filiales en distintas ciudades de Europa y sus vestidos fueron los primeros en llevar la etiqueta con la firma de su creador. Introdujo un sistema de especialización en sus talleres parecido a las lineas de producción en el que cada modista se centraba en una parte concreta del vestido. Su popularidad fue tal que allí donde no llegaban sus vestidos se podían adquirir los patrones para recrearlos. Su fama se extendió también a los Estados Unidos. De su éxito entre las norteamericanas más adineradas da prueba el siguiente fragmento de “La edad de la inocencia” (Edith Wharton, 1920), un clásico de la literatura estadounidense ambientado en la Nueva York de 1870:
“…En mi juventud -corroboró Miss Jackson-, se consideraba vulgar vestirse a la última moda; y Amy Sillerton siempre dice que la norma de Boston era ocultar dos años los vestidos de París. La anciana Mrs. Baxter Penilow, que lo hacía todo a lo grande, solía importar una docena al año, dos de terciopelo, dos de satén, dos de seda, y los otros seis de popelín y el más fino cachemir. Era un encargo regular y, como pasó dos años enferma antes de morir, a su muerte se encontraron cuarenta y ocho vestidos de Worth que jamás habían salido de su papel de seda; y, cuando las chicas terminaron el luto, pudieron ponerse la primera serie en los conciertos sinfónicos sin dar la impresión de adelantarse a la moda”
Como vemos, Worth representa al mismo tiempo el amanecer de la alta costura como un negocio global e industrializado y el ocaso de un mundo en el que los vestidos eran prendas únicas de artesanía que se atesoraban de generación en generación. Frente a los modestos talleres de costura tradicionales Worth impuso un sistema nunca visto hasta entonces: abrió elegantes boutiques que se convertían en punto de encuentro para las clientas. En ellas, modelos profesionales mostraban los vestidos que luego se fabricaban a medida y consiguió, también, que las pruebas se realizaran en las propias tiendas, en lugar de desplazarse el personal al domicilio de las damas. Es decir, que lo que hoy conocemos como la haute couture nació en sus establecimientos.
Charles Frederick Worth amasó una enorme fortuna y murió en 1895 a los 69 años en su villa de Suresnes (Île de France) rodeado de su familia y su colección de arte. Sus hijos y descendientes continuaron su labor, y la casa Worth se expandió aun más en las décadas sigiuientes. La maison finalmente se extinguió en 1954, cuando la cuarta generación de la familia vendió el negocio. La Segunda Guerra Mundial asestó el golpe de gracia a un largo proceso de decadencia. El nombre de Worth fue exhumado en el 2010 en un intento de revivir los años de esplendor que duró una colección de prêt-à-porter y cuatro de alta costura, diseñadas por Giovanni Bedin. El auténtico espíritu de Worth, sin embargo, vive en el recuerdo de las mujeres más célebres del siglo XIX, que se retrataron luciendo sus creaciones; desde el Louvre, el Met y el Prado, las obras maestras de Winterhalter, Singer Sargent, Cabanel o Madrazo cuentan para siempre la historia de este primer emperador de la moda.
Para saber más: The House of Worth, 1858-1954: The Birth of Haute Couture. Chantal Trubert-Tollu, Françoise Tétart-Vittu, Fabrice Olivieri, Jean-Marie Martin-Hattemberg. Thames & Hudson, 2017.
Galería de imágenes

Retrato de la Emperatriz Isabel de Austria-Hungría. Franz Xavier Winterhalter, 1865. Palacio de Hofburg (Viena). El espectacular vestido de gala que luce la emperatriz en este retrato se ha atribuido tradicionalmente a la casa Worth.

Retrato de la Emperatriz Maria Feodorovna. Vladimir Makovski, 1912. Museo Ruso (San Petersburgo). La Penúltima zarina de Rusia, clienta de Worth, aparece en este retrato con un vestido de ceremonia en el característico color púrpura imperial. Imagen: Dominio Público, Wikipedia Commons

Retrato de Lady Mary Curzon, William Longsdail, 1909. Kedleston Hall, Derbyshire (UK). La mujer que inspiró el personaje de Lady Grantham en Dowton Abbey; Mary Victoria Leiter, una rica heredera de Chicago, se convirtió por su matrimonio en Baronesa Curzon y, posteriormente, en Virreina de la India. En este retrato póstumo luce el legendario “Vestido Pavo Real” que llevó en el Durbar de Delhi de 1903, un diseño de la Casa Worth sobre una excepcional tela india bordada en forma de plumas de pavo real con cuentas doradas y alas de escarabajo verde iridiscente. Las plumas de pavo real se asocian en la mitología hindú al dios Krishna, por lo que el vestido se consideró un homenaje político y cultural a la India. Imagen: Kedleston Hall (National Trust)

De izquierda a derecha: retrato de Isabelle Antoinette, baronesa Sloet van Toutenburg. Nikaise de Keyser, 1852. Instituto Neerlandés para la Historia del Arte (La Haya); retrato de Luisa de Orléans, reina de los belgas. Franz Xavier Winterhalter, 1841 Frogmore House, Berkshire (UK); retrato de Sabina Seupham Spalding. Federico de Madrazo y Kuntz, 1846. Museo del Prado (Madrid). Tres mujeres y un vestido. Las retratadas, cada una de un país distinto, lucen un mismo diseño de terciopelo carmesí con diferentes adaptaciones. Dado lo escasamente globalizada que estaba la industria de la moda y que él era el creador más internacional es muy probable que se trate de creaciones suyas muy tempranas o, al menos, que el más antiguo le sirviera de inspiración para los otros. Imagen: collage de FBL sobre imágenes de dominio público de Wikimedia Commons

Traje de novia, diseño de Worth, 1896. Metropolitan Museum, Nueva York. Este vestido es un perfecto ejemplo de la moda de finales del siglo XIX, así como de la maestría de las creaciones de la casa Worth; desde la impecable simetría de la costura central a la forma en que realza la silueta de reloj de arena y las mangas abullonadas reminiscences de los retratos isabelinos. Imagen: collage de FBL sobre imágenes de dominio público del MET Museum