Mariano Fortuny y Madrazo, seda y secretos

by Maje Pérez-Ramos

Como el Museo del traje nos recordaba recientemente, este mes se cumple el 150 aniversario del nacimiento de Mariano Fortuny y Madrazo, un artista polifacético a caballo entre el siglo XIX y el XX. Del mosaico de tendencias artísticas que fueron los años del cambio de siglo, de esa eterna lucha entre lo antiguo y lo moderno, surgió un artista-artesano, diseñador industrial y empresario; un pintor llamado a cambiar el curso de la moda, la fotografía, el teatro y la producción textil del siglo XX.

Mariano Fortuny y Madrazo nace en Granada en 1871 con todo lo necesario para triunfar en la  pintura: su padre, Mariano Fortuny y Marsal, es uno de los grandes pintores del siglo XIX y su madre, Cecilia, pertenecía a la ilustre dinastía de los Madrazo. Tras la temprana muerte de su padre con 36 años, Mariano y su familia se trasladan a París, donde el se forma como pintor. Sus inquietudes, no obstante, también le llevaron a estudiar química y otras ciencias que más adelante le permitirían desarrollar todo su potencial. Cuando tiene 18 años, la familia se vuelve a mudar, esta vez a Venecia. Fortuny es un ciudadano del mundo, pero Venecia será ya para siempre su hogar. En 1898 se instala en el ruinoso Palazzo Pesaro degli Orfei. En los años venideros, él le devolverá su antiguo esplendor, convirtiéndolo en su casa-taller y llenándolo de objetos preciosos.

En estos años comienza a explorar nuevos horizontes más allá de la pintura. Según la información del Museo Fortuny (Venecia), su gusto por el teatro y la escenografía le lleva a diseñar una amplia colección de lámparas de luz indirecta y un sistema de cúpula para iluminar el escenario con cielos nubosos y otras proyecciones que sería implantado por AEG en los teatros más importantes de Europa. Al mismo tiempo, actúa como decorador y especialista en iluminación para las familias más acaudaladas del continente.

Hacia 1906, su interés se dirige a la moda y la fabricación textil, sin duda inspirado por la magnífica colección de tejidos históricos que tenía su madre. Ayudado por su musa y amante, Henriette Negrin, Mariano comienza a comercializar las telas y prendas de vestir con las que habría de pasar a la posteridad, que recreaban las vestiduras de la Antigua Grecia, en oposición a la estética Belle-Epoque y sus corsés. Juntos diseñaron numerosas piezas, la más famosa de todas, el vestido Delfos, inspirado por el Auriga de Delfos, escultura griega descubierta en aquellos años.

En un interesantísimo análisis de uno de estos vestidos escrito por Mª del Mar Nicolás Martínez, del Museo del traje de Madrid, la autora nos cuenta que, tras visitar Grecia con Henriette en 1906, Fortuny se propuso reproducir diseños que había visto en cerámica cretense y restos textiles de la Antigüedad. La magia del Delphos, inmune al paso del tiempo, reside en varios factores: el plisado de su seda, la brillantez y belleza de sus colores en que se fabricó y la aparente sencillez de su estructura, que realza la silueta de la mujer sin oprimirla.

Respecto al plisado, dice Mª del Mar Nicolás Martínez que “el método para su obtención fue patentado por Fortuny en junio de 1909. La patente da, como es lógico, la mínima información sobre el sistema, reseñando únicamente que la manera de conseguir el plisado era apretando y retorciendo fuertemente entre las manos bandas de tela mojada hasta conseguir arrugarla en el sentido del largo de la misma, y seguidamente llevar a cabo las ondulaciones horizontales. Estas se obtenían por medio de un procedimiento semi- mecánico consistente en insertar dichas telas, suspendidas de un bastidor y tensadas por un contrapeso, entre una serie de tubos metálicos dispuestos transversalmente en el armazón de un artilugio ideado por el propio Fortuny; tubos que actuaban en caliente sobre la tela mojada dando lugar a un conjunto de pliegues y ondulaciones irregulares y permanentes, de gran ductilidad, con una enorme expansión, que posibilitaba que el vestido se adaptase al cuerpo, lo modelase y lo revelase sin falsos pudores. Sobre esta base, pocos meses más tarde, concretamente el 4 de noviembre de 1909, Fortuny registró en París lo que sería el modelo Delfos. El corte del vestido es muy sencillo y se estructura sobre cuatro trozos de tela de igual tamaño que se cosen entre sí uniendo los anchos, dando lugar a una funda cilíndrica de igual anchura que altura. Esta túnica se ajusta a los hombros mediante el cosido del borde superior de la tela y deja, lógicamente, una abertura central para introducir el cuello y, dos laterales para la entrada de los brazos.” Con el tiempo se hicieron algunas variantes del modelo original pero la estética fue siempre la misma.

En cuanto a los colores, nos dice también la autora que “la deslumbrante gama cromática de la que hacen gala los Delphos –azules índigos, verdes esmeraldas, rojos cochinilla, naranjas, rosas, blancos marfileños, violetas…-, de matices irisados y cambiantes a la luz, se debe a los tintes empleados por Fortuny en su fabricación. Todos ellos naturales, bien de origen mineral u orgánico, fueron elaborados mediante fórmulas secretas extraídas de antiguos manuales y tratados sobre el arte de la tintorería, así como de viejas recetas que le fueron confiadas por ancianos artesanos de la región del Véneto. Fortuny nunca reveló estas fórmulas y de ello se alimenta la leyenda del artista, según la cual, al día siguiente de su muerte, su viuda Henriette arrojó a las aguas de los canales de Venecia los colores elaborados por su marido, para que nadie pudiera imitarlos. Algo que, de ser verdad, consiguió realmente, porque a pesar de los numerosos análisis que se han efectuado de los tejidos, todavía no ha sido posible encontrar la fórmula de estos colores, por lo que la reproducción perfecta de los mismos no es aún hoy por hoy factible.”

El éxito inmediato de sus creaciones propulsó la carrera de Fortuny, quien abrió una fábrica en la isla veneciana de Giudecca en 1922 para hacer frente a la demanda de sus productos. Gracias a sus contactos estableció una selecta red de distribuidores en Europa y Estados Unidos. Tal y como nos cuentan desde la marca de textiles Fortuny, que recoge el legado del artista, la diseñadora de interiores neoyorquina Elsie McNeill Lee fue, desde 1928, distribuidora exclusiva de la marca en Norteamérica. A pesar de los éxitos y el reconocimiento, (fue Cónsul honorario de España en Venecia y miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, entre muchos otros honores) su nota biográfica en la Real Academia de Historia nos recuerda que, tanto con la primera guerra mundial como con el crack de 1929, Fortuny quedó al borde de la ruina. De cada uno de estos reveses logró salir adelante con la ayuda de McNeill y vendiendo, con gran coste personal, piezas de su valiosa colección de arte.

Tras una vida dedicada al trabajo y la búsqueda de la belleza, Mariano Fortuny murió en su amada Venecia en 1949, víctima de un cáncer de estómago. Henriette, siguiendo sus deseos, quiso donar parte de su legado y el palazzo al Estado Español, pero el gobierno renunció al mismo y, en su lugar, la donación fue aceptada por la Ciudad de Venecia, que convirtió el palazzo en Museo Fortuny. Curiosamente, las creaciones de Fortuny que hoy se conservan en el Museo del traje, fueron compradas en el 2003 a la coleccionista austríaca Liselotte Höhs por 2.967.273 euros, en una dación en pago de impuestos realizada por INDITEX, como liquidación de parte de su Impuesto sobre Sociedades.

Tras la muerte de Fortuny, la marca sobrevivió a su fundador y continuó su andadura. A petición de Henriette, Elsie McNeill, ya por entonces amiga de la pareja, adquirió la firma y veló por la buena marcha de la fábrica de Giudecca en las décadas siguientes. En 1988, Elsie vendió la compañía a su amigo al millonario y filántropo egipcio Maged Riad, cuyos hijos Micky y Maury son los actuales propietarios. 

Sin duda, Mariano Fortuny se llevó muchos de sus secretos a la tumba, pero su legado artístico e industrial puede aun disfrutarse en las exquisitas telas que la fábrica Fortuny continúa produciendo, en los cuadros, acuarelas y grabados que pueblan su palacio veneciano o en sus codiciadas prendas de vestir, que se exhiben en los mejores museos del Mundo. Cada vez más difíciles de encontrar, algunos Delfos aún están al alcance de las mujeres más privilegiadas (ver galería de imágenes).

Como epílogo, diremos que el Museo del Prado conserva una de las últimas obras de Fortuny (y muchas, en cambio, de su padre). Es un autorretrato pintado dos años antes de morir con un tipo de témperas de su propia invención, como no podía ser de otro modo. Según la ficha de la obra “el pintor elaboró estos pigmentos a través de informaciones facilitadas por artesanos del norte de Italia, manteniendo en secreto su composición durante años y comercializándolos al final de su vida agobiado por problemas económicos”. Un final agridulce, como suele ser la vida, para este Leonardo del siglo XX, alquimista del arte y la moda.

Para saber más:

– La marca Fortuny, continuadora del legado de Mariano Fortuny y Madrazo en la producción textil.

– El Palazzo Fortuny en Venezia.

Mariano Fortuny y Madrazo. Vestidos y tejidos de la colección del Museo del Traje, por Mª del Mar Nicolás Martínez.

– El Delphos hoy, la perspectiva de Doris Raymond, propietaria de la prestigiosa tienda de moda vintage The Way We Wore en L.A. 

Imagen: Google Arts & Culture.

Related Posts

Escribe tu comentario