Iconos inusuales de la moda: Marisa Berenson

by Maje Pérez-Ramos

Antes que Kendall Jenner, las hermanas Hadid o Cara Delevigne, estuvo Marisa Berenson. It girl por antonomasia, ella es una de esas leyendas vivas de la moda que ningún aficionado o profesional de este mundo puede desconocer. Nacida en 1947, en la trama de su vida están presentes los grandes nombres de la moda, el arte y la cultura occidental de los últimos 100 años. Ante sus ojos han florecido y se han marchitado mitos como Salvador Dalí, Andy Warhol, Roy Halston, Studio 54 o Karl Lagerfeld, por nombrar algunos. Hoy, con 74 años, reina serenamente desde su casa de Marrakech como una deidad ancestral de la moda.

Ella nació predestinada al arte y la celebridad: su padre era el diplomático Robert Berenson y su madre, Gogo Schiaparelli, hija, nada menos, que de la revolucionaria diseñadora Elsa Schiaparelli. Con 16 años, inició su carrera como modelo bajo la protección de la inefable Diana Vreeland, editora en jefe de Vogue America desde 1963 a 1971, convirtiéndose en “el rostro” del Vogue de entonces. En aquellos años Marisa forjaría su status de supermodelo, aportando su belleza y elegancia innatas a incontables editoriales ante la lente de los fotógrafos que hoy son Historia: Irving Penn, Cecil Beaton, Richard Avedon, Helmut Newton… Fueron años de bronceados imposibles, enormes postizos y pestañas infinitas para unos serenos ojos verdes que rivalizaban con la mirada azul y bobalicona de Twiggy.

Ya entrados los setenta, la belleza de Marisa adquirió sus rasgos definitivos. Su esbelta figura, su melena ondulada y sus cejas reducidas a la mínima expresión (como marcaba la moda) le valieron el título de “la chica de los setenta”, acuñado por su amigo Yves Saint Laurent. Tal y como sucede con las buenas modelos, su estilo propio no ha dejado tanta huella como su talento para mimetizarse con el aura de cada diseñador, cada fotógrafo o, incluso, cada época. El je ne sais quoi de Marisa y su espíritu emprendedor no tardaron en extenderse a otros campos: ha pasado a la Historia del cine por sus papeles en Barry Lindon (Stanley Kubrick, 1975), Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971) y Cabaret (Bob Fosse, 1972); en 1995 publicó un libro autobiográfico y en el 2015 creó su propia marca de cosméticos; ha hecho teatro, y es autora de Marrakech Flair (Assouline, 2020) su aportación a la glamourosa colección Travel Series de la editorial estadounidense, donde desvela los lugares más seductores de esta ciudad que la ha cautivado.

A día de hoy, lo verdaderamente inspirador de Marisa es el haber sido una de las primeras voces de la industria de la moda en señalar la importancia de la salud mental. Según un artículo escrito por Eduardo Verbo para Vanity Fair en el 2018, a los 18 años descubrió la meditación en la India y, desde entonces, la espiritualidad y la búsqueda del equilibrio han sido una constante en su vida. No oculta que ello le ha ayudado a no perderse en el torbellino de glamour, fiestas y ocasionales desdichas que ha sido su vida (su padre murió en su adolescencia, se ha divorciado dos veces y perdió a su única hermana en los atentados del 11-S).

Para acabar, pero no menos importante, ella es ejemplo de que la influencia de una mujer no se agota a los 40, ni siquiera en un mundo como la moda, que, hasta hace poco, parecía glorificar la juventud por encima de todo. ¿Quién si no ella iba a desfilar para Tom Ford en el 2010 a los 63 años o se iba a subir al escenario a interpretar el sugerente musical Berlin Kabarett (Stéphan Druet, 2019) en Montparnasse cumplidos los 72? Hoy Marisa Berenson sigue demostrando que se puede ser bella a cualquier edad, y que aunque la juventud pasa, el talento y la inteligencia son para siempre.

Imágenes: @marisaberensonofficial

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