La semana pasada se presentó demanda por parte del colectivo Etique sur l’Étiquette, el Instituto Uigur Europa, la ONG Sherpa y por un particular contra los grupos Inditex, Uniqlo, SMCP y Skechers en los tribunales de París por “encubrimiento de trabajo forzoso y crímenes contra la Humanidad”.
El motivo de la demanda es la continuada producción de algodón en la provincia china de Xinjiang, así como la venta de productos con algodón procedente de esta región, a pesar del conocimiento de las empresas de que la etnia de los Uigures, que constituyen el 45% de los habitantes de la provincia, están siendo forzados por el gobierno chino a recoger el algodón a mano.
Los uigures, en su mayoría de confesión musulmana, son enviados al campo durante tres meses por el Estado chino, les guste o no. Esto se está promoviendo en China como un programa de trabajo de la campaña de alivio de la pobreza. Parte de estos programas incluyen la esterilización forzosa de mujeres y su internamiento en campos de reeducación de estilo militar, que el gobierno chino describe como centros de formación profesional para “combatir el extremismo religioso”.
La demanda presentada contra las distintas empresas del sector textil es un intento de responsabilizar a las empresas. Esta demanda es la primera de una serie que también se presentará en otros países europeos en los próximos meses.
A finales de 2020, la Comunidad Internacional condenó estas violaciones e impuso sanciones contra China. Le siguió la Unión Europea, que también impuso sanciones al país por violaciones de los derechos humanos a finales de marzo de este año. H&M, así como Nike y Gap, habían anunciado públicamente a finales de 2020 que dejarían de utilizar algodón procedente de Xinjiang debido al maltrato de los Uigures.
La BCI (Iniciativa para un Mejor Algodón) ya detuvo la certificación del algodón de Xinjiang hace un año, por el hecho de que no era posible una certificación limpia debido al trabajo forzado de los Uigures.
Sin embargo, el dilema del algodón al que se enfrentan las empresas del sector textil actualmente queda muy bien ilustrado con el ejemplo de H&M. Por un lado, valores como la dignidad humana se consideran sacrosantos y, por tanto, no negociables, pero por otro lado existe una dependencia internacional, ya que China es uno de los mercados de compra más importantes para el algodón. En respuesta a las acusaciones y sanciones, China ha respondido prohibiendo los productos de la empresa sueca en las plataformas online, los propietarios han cerrado las tiendas de H&M y los influencers se han alejado. Con ello, China está enviando su primer mensaje: La prohibición de cualquier injerencia en los asuntos internos.
La respuesta al boicot chino de la consejera delegada de H&M, Helena Helmersson mediante una declaración pública describe perfectamente el dilema en el que se encuentran las empresas ahora mismo: “Queremos comprar de forma responsable, en China y en otros lugares, y ahora estamos desarrollando una estrategia de futuro y los próximos pasos en relación a nuestro abastecimiento de materiales” y afirmó: “Estamos decididos a recuperar la confianza de nuestros colegas, clientes y socios comerciales en China“. Pero la pregunta es: ¿Cómo puede hacerse una compra de material responsable en China si no se hace nada respecto a la opresión de los Uigures en Xinjiang y China niega cualquier acusación de violación de los derechos humanos?
Las empresas del sector textil occidentales llevan años intentando que sus cadenas de suministro sean más transparentes, pero es casi imposible asegurarse de que no se utiliza algodón recogido por trabajadores forzados, porque en la primera fase de la cadena de procesamiento, el algodón ya se mezcla con diferentes algodones de distintos países, y no sólo en China. Por lo tanto, es imposible demostrar el origen del algodón.
Incluso en el caso de que las empresas retiraran realmente su producción de Xinjiang, ello no garantiza que no haya algodón cosechado bajo coacción por los Uigures en sus productos, porque la propia China exporta su algodón a Bangladesh, Vietnam y Pakistán, donde el algodón de Xinjiang se mezcla con el de estos países, en los que las empresas occidentales también producen y venden sus productos. Y así comienza de nuevo el círculo vicioso…